A de Libertad
Yo no juego a eso -dije, y me fui con el silencio a cuestas.
Los ojos los dejé donde siempre, sangrando un poco, otro poco amando; la carne, los huesos, el cuerpo anudado, entumecido, lo guardé conmigo, encerrado en esta piel envejecida. Y no caminé, no grité, no le conté a nadie que tenía las manos atadas a esa ausencia, a esa aterradora suerte de soñarme desnuda, pariendo a mi propio padre.
Pronto, la noche se proclamó angustia y pocos supieron que este nombre -el mío- tenía un sonido que no debía por qué ser juzgado por las voces embrutecidas del pasado.
Todo lo demás, lo supo el viento.