Problemas de interlocución I

Pensé una cosa curiosa:
Atardece en Madrid;
acá la noche es tan espesa
que los pájaros dormidos
en mi rostro abren un ojo
y chillan -para luego
volver a dormirse-.
Las partes
de mi cuerpo suenan
quemando el resto;

ácida es la languidez
que intoxica mis ojos
cada vez que el chirrido
de la luz apaga
y en creces, su voz
de perro
comienza a ladrar
en todas mis aberturas
(estoy pensando en cansarme de los absolutos,
los locos arraigos inservibles).
¿Cada cuánto mueren los amantes?
¿Cada cuánto tiempo se abren los portales
de la sed
y cierran los embrujos
perceptivos del amor?

Una noche, senté a la Belleza sobre mis rodillas.
Y la encontré acerba. Y la injurié.