A los días que vivimos no se les acaba la miel, se les acaba la noche. Y es entonces cuando murmuran los otros, los rostros, los enmascarados vilmente expuestos en los escondites menos esperados. Ellos: rompen la palabra y la rellenan de hormigas que corretean frenéticas porque se acaba el tiempo de estío y vuelve el color de la fruta. Ellos: se duermen en mis manos mientras yo deambulo. Ellos no preguntan, no piden permiso, no se frenan, se refuerzan con las aves de mi torso que escapan presurosas a los nuevos ojos del verano.